-Al diablo le encantarías- le decía su madre mirándola con desprecio - pero como no te pongas unas medias y una chaqueta, no sales de casa!
-Papá dile algo!- me suplicó mi niña.
Yo, me escurro en el sofá ignorando sus plegarias, e intentando hacerme invisible hago memoria.
Las faldas de mi mujer eran aún más cortas y sus camisetas quizás más escotadas. Pero eso fue hace veinte años, cuando ella sonreía todo el tiempo y yo podía opinar sin temor a quedarme sin cena.
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