Silencio casi total
En un pueblo que se llamaba Visavis hablaban en voz muy baja, como si las palabras fueran piedras y costara mucho pronunciarlas. Estaba prohibido usar el claxon, el timbre de la bicicleta o un simple silbato. Las campanas de la iglesia carecían de badajo y en fiestas jamás hubo tracas ni petardos. No había llamadores en las puertas y el cine siguió siendo mudo. El único gallo era el de la veleta y los perros y los gatos ni ladraban ni maullaban. Desde el escape de la central nuclear, hasta los pájaros y el caño de la fuente se entrenaban para estar muertos.
En un pueblo que se llamaba Visavis hablaban en voz muy baja, como si las palabras fueran piedras y costara mucho pronunciarlas. Estaba prohibido usar el claxon, el timbre de la bicicleta o un simple silbato. Las campanas de la iglesia carecían de badajo y en fiestas jamás hubo tracas ni petardos. No había llamadores en las puertas y el cine siguió siendo mudo. El único gallo era el de la veleta y los perros y los gatos ni ladraban ni maullaban. Desde el escape de la central nuclear, hasta los pájaros y el caño de la fuente se entrenaban para estar muertos.
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