Por fin quietas. El viernes, mis manos se enfadaron y me declararon la guerra. Yo les daba órdenes, pero como si hablase con las piedras. Para dejarme en ridículo, me bajaban los pantalones en plena calle o se negaban a llevarme las bolsas del supermercado. Lo peor era cuando tenía que ir al servicio y no me quedaba más remedio que pedir ayuda al abuelo Blas, aquejado de parkinson. Anoche solucioné el problema y me corté las manos. Hoy me he levantado tarde y el pie izquierdo no me quiere hacer ni caso.
De Rubén Gozalo Ledesma
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